Friday, March 19, 2010

SUPERSTICIONES

Los cubanos somos muy supersticiosos y mi madre era uno de los más altos exponentes de esta costumbre milenaria.  Yo fui parte de esta creencia desde el día en que nací.  Cuando mi tía Bella visitó a mi madre para ver al nuevo bebé, le trajo como obsequio un azabache, una piedrita negra que era un amuleto que yo debía llevar conmigo siempre para ahuyentar los malos espíritus.  La creencia es esta: si una persona alaba la cara, los ojos o cualquier parte del niño, y éste no está usando el azabache, podría obtener mal de ojo y enfermarse.  Esta superstición es latente en todos los países latino-americanos, aunque en formas diferentes.  En México, por ejemplo, el adulto tiene que tocar al niño mientras lo adula.  Si no lo hace, la madre de seguro lo va a regañar.
Mi madre, como ya mencioné, era una campeona en estas supersticiones y me las fue introduciendo poco a poco durante toda mi vida.  Eventualmente yo me libré de estas necedades con la influencia de la iglesia y amigos y parientes más educados.  "No andes con los pies descalzos que te va a dar catarro. No salgas cuando está lloviendo o vas a agarrar catarro.  No te quites la camisa sudando o vas a agarrar catarro.  No tomes agua fría o vas a agarrar catarro. No dejes que el barbero te afeite las patillas pues la navaja es muy fria y te va a dar catarro.  Y la mejor de todas: Asegúrate de ponerte un pañuelo en la nariz cuando salgas del cine...o te va  a dar catarro!"
Todos estos consejos (mi madre juraba que no eran supersticiones) eran costumbres obligatorias no sólo dentro de mi familia pero en casi todos los habitantes de mi pueblito.  Era similar en todos los pueblitos de mi país.  En cuanto más pobre o ignorante el área, peores eran estas creencias inverosímiles.
La mujeres corrían a la iglesia y prendían velas tan pronto conocían que iba a ver un eclipse durante su embarazo.  Cuando llovía, todo el mundo se apuraba a cubrir los espejos con una toalla al ver el primer relámpago...porque los espejos atraían los truenos!  A los niños se les ordenaba apartarse de los cuchillos o las tijeras, porque cualquier objeto de metal tenía el mismo resultado.  Todos los relojes de la casa se hacían parar cuando el dueño se moría, y no se ponían a trabajar de nuevo hasta que el muerto era enterrado.
Y no se atreva usted a abrir una sombrilla dentro de la casa.  Eso aseguraba un largo período de mala suerte.  Lo mismo ocurriría si se sentaba uno a la mesa con el sombrero puesto o se ponía los zapatos al revés.  Nadie que yo conocía se atrevía a tomarse un baño después de cenar por miedo a una parálisis.  Alguna mujeres no se bañaban durante todo el período menstrual.
Debe haber sido una escena bien curiosa para una persona capitalina observar a ochenta personas salir del teatro, todos con un pañuelo sobre sus narices!  Cuando yo crecí y me mudé a La Habana, la primera vez que fui al cine con mi primo y él me vio sacar el pañuelo, me dio un sermón tan enérgico que me curó de una vez y por todas de mi estúpido hábito.
Mi padre, al contrario, no creía en ninguna de estas supersticiones.  Cuando yo tenía cinco años me explicó su criterio.  El nació en el año 1910, el año en que el cometa Halley hizo su espectacular aparición en el cielo.
Los abuelos de mi padre, José y Elena, habían llegado a Cuba desde una aldeíta de Asturias, España.  Decir que los aldeanos españoles son supersticiosos es, por supuesto, una redundancia.  Mi Abuela, Blanca, ya había dado a luz a seis niñas cuando volvió a caer en estado.  Su madre se enfureció al oír la noticia. "Tienes que hacerte un aborto", la regañó. "Todo el mundo sabe que tú no puedes tener ese bebito. El hecho de que hayas tenido suerte hasta ahora, no te da derecho a seguir jugando con la Madre Naturaleza".
Mi abuela estaba casada con su primo carnal José, y el peligro de dar a luz a un niño con defectos de nacimiento estaba siempre presente.  Pero sus seis niñas gozaban de perfecta salud física y mental y mi abuela soñaba con un varón.
"¿Cómo sabes que va a ser un varón?," mi bisabuela le preguntaba con gran pesimismo.  "Yo lo sé en mi corazón," respondía Blanca. "Y no importa lo que tú me digas, yo voy a tener a mi niño este año".
Ninguna mujer en Cuba se atrevía a dar a luz en el mismo año de un cometa, ya que esto aseguraba algún defecto físico o mental al niño, y probablemente la muerte a la madre.
Pero, a pesar de todos los presagios y las hipótesis de mal agüero, el niño Jesús nació bello y saludable, pesando ocho y media libras...en el año del cometa Halley.  Por eso mi padre nunca creyó en ninguna de estas tonterías.  Pero mi madre siempre ejerció una gran influencia en mí, ya que mi padre raramente estaba cerca, y esas costumbres hicieron una honda impresión en mí, como tatuajes en mi piel, casi imposible de eradicar.  Hasta hoy en día, yo uso mis calcetines 24 horas diarias y sólo me los quito para bañarme. Créanme, esa es la única oportunidad en que me deshago de ellos.  Yo he pasado por algunos episodios románticos abruptamente interrumpidos por la risa de mi compañera al notar mis calcetines.
Mi abuelo don Pancho, que nació de padres españoles en un rancho de la provincia de Pinar del Río, la más pobre e inculta de las provincias cubanas, también cargaba su abultado equipaje de supersticiones.
La Nochebuena es la gran celebración en mi país, cuando familiares y amigos se reunen para disfrutar de una cena de lechón asado y otros manjares. Mi abuelo era siempre el último en sentarse. El contaba los comensales en la mesa y se sentaba solamente si él era el número par.  Si no lo era, no se sentaba. "Yo no quiero morirme este año," anunciaba.
Su cama no podía colocarse en la pared oeste de la casa.  "No puedo dormir con mis pies apuntando al este," explicaba. "Así es como están los muertos en el cementerio".  Si alguien estaba sentado en un balance, él se aseguraba que éste no seguía meciéndose cuando la persona se paraba. "Para ese balance," gritaba, "ustedes saben que eso significa mala suerte".
Existían tantas otras supersticiones que no voy a mencionar porque me podrían tildar de exagerado.  Pero, yo les aseguro, así eran las cosas en mi pueblito.  Yo viví en esa casa durante los primeros veintitres años de mi vida, con mi mi abuelo, madre y hermana, hasta que emigré a los Estados Unidos. La educación y el contacto con gentes de otras culturas, me enseñaron lo superficial e inaudito de estas creencias y las fui rechazando poco a poco, aunque algunas veces me era difícil distinguir entre costumbre y superstición.  Mi hermana vivió con ellos hasta que murieron y hasta la fecha, estoy seguro, su mente ingenua no ha cambiado mucho.
De todas las supersticiones que yo recuerdo de mis jóvenes años la más_______________(después de leer este párrafo, usted puede llenar el adjetivo apropiado -ridícula, cómica, grotesca, extraña, descabellada, absurda, idiota, ignorante, ilógica, inmadura, todo lo anterior-) es la que implica al diablo.  Mi suegra siempre usaba esta técnica, heredada de sus antepasados.  Y va así: Si usted pierde algo (su cartera, sus lentes, las llaves, su cónyuge, o cualquier objeto) y ha buscado por todas partes sin resultado, debe agarrar un tramo de soga o mecate y hacer tres nudos.  Esto se le llama "amarrarle los huevos al diablo".  Tienen que ser tres, quién sabe por qué. Y no afloja los nudos hasta que el artículo perdido aparezca.  Si no, vuelve a apretar los nudos más fuertemente y le dice al diablo que los va a tener así hasta que suelte las cosas perdidas.  Mi querida suegra asegura que este sistema nunca le ha fallado.
Como puede usted notar, gatos negros, caminar bajo una escalera, el número 13 o cualquier otra superstición prehistórica no son más que nociones frívolas comparadas con la tonelada de rutinas excéntricas, irracionales e insólitas que se practicaban día tras día en mi desolada parte del mundo.

Esto es un fragmento (traducido del Inglés) de un artículo de mi libro MY TOWN

1 comment:

  1. Muy bueno. Es un tema interesante y digno de abordarse, pues gracias a estas enseñanzas de tipo hereditaria, todavía existen personas que creen en estupideces. Lo único que no entendí fue la parte donde dices: “Eventualmente yo me libré de estas necedades con la influencia de la iglesia y amigos y parientes más educados”

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