¡Ah...el Palo de Rosa!... No, éste no es un artículo sobre algún arbusto tropical o acerca de una madera exótica. Tampoco se refiere a una rama del Palo Mayombe u otra secta ocultista africana. Y mucho menos, ¡válgame Dios!, sobre alguna depravada técnica sexual. Escogí este título porque podría atraer la atención de los amantes a la Botánica, carpinteros y ebanistas, espiritistas y creyentes de la magia negra, y cantidad de pervertidos, que es lo que más abunda por ahí hoy en día.
Y ya que usted -que desconozco a qué categoría pertenece- llegó al final del comienzo de este ensayo, le insto a que siga por el túnel de la lectura, que quizás llegando a la salida quedará iluminado con el verdadero tópico del mismo. Lo cual no lo hará, le confieso, más intelectual; pero sí le permitirá matar el tiempo que, al fin y al cabo, de la manera que usted lo desperdicia, más vale muerto que vivo.
Rosa se llamó mi primer novia. Y qué importancia tiene eso, preguntará usted. Ninguna, verdaderamente. Podría haberse llamado Petronila o Heliodora y habría sido lo mismo. Pero ya estamos en medio del ralato y no quiero que pierda usted ni el más mínimo detalle. Le prometo que esto se va a poner interesante.
Pues bien, una lánguida tarde, de esas en que el sol no quiere acostarse a dormir por miedo a la oscuridad (vamos a empezar a leer de nuevo el párrafo, que me está saliendo bastante romántico). Pues bien, una lánguida tarde, de esas en que el sol no quiere acostarse a dormir por miedo a la oscuridad, estaba yo de visita en casa de mi novia que, como ya se la presenté anteriormente, se acordará que se llama Rosa. Mi futura suegra, que no creía en eso de las tradiciones y era muy amable conmigo, a los cinco minutos de sentarme ya me estaba brindando un platillo de palomitas de maíz que estaban calientitas (al contrario de mi novia) y un vaso de te helado (en eso sí la retrató).
Yo, que soy un poquito atravesado, a pesar de no haber nacdido en Pénjamo, hice las cosas al revés y primero me tomé el te frío y después me comí unas palomitas que, como de costumbre, se me quedaron entre los dientes. Como estaba bastante aburrido (al igual que lo puede estar usted ahora) traté de aprovechar un poco la tarde aprovechándome de Rosa (le prometí que la cosa iba a mejorar, ¿verdad?) Pero Rosa se negaba a besarme. Alegaba que por las palomitas. Yo creo que era más bien por lo del te. El problema es que, con el forcejeo, el platillo de palomitas fue a desplomarse encima de mis zapatos y se regaron por todo el piso. Rosa se levantó malhumorada y fue a buscar una escoba y empezó a barrerlas silenciosamente, para no despertar a la madre que bostezaba frente a la TV, de seguro soñando con su encantador futuro yerno.
Omití informarles que Rosa parecía una cantante de ópera. No, no sabía cantar. Pero tenía un pecho formidable. El espectáculo de Rosa agachada frente a mí recogiendo las palomitas fue una tentación que mis manos atrevidas no pudieron resistir, y se abalanzaron como gatas hambrientas sobre aquellos suculentos manjares.
Rosa sufrió un instante de incertidumbre y se quedó inerte. No sabía si suspirar, gritar o desmayarse. Y optó por lo más lógico para ella. ¡Alzó la escoba y me encasquetó el palo en medio de la frente!
Mi suegra se despertó de un brinco y le arrebató el arma letal, salvándome de ese modo la vida. Y antes que Rosa tuviera tiempo a otra reacción belicosa, yo hice lo que era obvio de un novio despechado...¡la boté!
Al otro día todo el pueblo se había enterado sobre el palo de Rosa. Y yo lucía, orgulloso, mi tremendo chichón en la frente. Y comentaba, altanero: "Ese chichón fue por culpa de unas...palomitas".
De mi libro PARA MATAR EL TIEMPO. Detalles en alvarcorp@msn.com
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